miércoles, 26 de marzo de 2014

El hombre en la tierra


Mientras tú vas a la escuela, hay un hombre en la tierra.
Mientras tú vas a jugar, o a la playa, hay un hombre en la tierra.
Hay un hombre que planta y que ara.
Que siembra y cosecha. Que arrea animales. Que esquila y carnea.
Salvo los pescados, toda la comida que a tu mesa llega, viene de la tierra. El pan y la harina. Porotos, lentejas.
Todas las verduras vienen de la tierra. Y también la carne. Y también la yerba.
Para que tú existas y vivas y crezcas, tiene que haber tierra. Para que tú estudies. Para que tú juegues.
Mas la tierra sola, de nada nos sirve sin el hombre en ella.
Todos dependemos del hombre en la tierra.
Tú no jugarías, ni irías a la escuela y no habría ciudades si no hubiera, siempre, un hombre en la tierra".

                                                                 Julián Murguía.

Frases de "Ami, el niño de las estrellas" de Enrique Barrios


El amor hacia uno mismo nos impulsa a buscar nuestra felicidad, mientras que el amor hacia los demás nos lleva a servir, a trabajar por la dicha ajena.

El verdadero amor no es apego. No encadena ni se encadena. Más bien libera y se libera.

Si lo que tienes para mostrar es bueno para los demás, guárdate en un bolsillo la opinión de los demás. Aprende a ser tu mismo, sin pedir permiso.

Nada nuevo hay en el amor. Es lo más antiguo del cosmos; sin embargo, son millones y millones los que piensan que el amor es una sensiblería, una debilidad humana; que hablar de amor es cosa de tontos; que si algo bueno hay en el ser humano, está por el lado del intelecto y de las teorías, por la astucia, por el rendimiento material o por la fuerza bruta.

Solo cuando un mundo reconoce en el amor la única fuerza que puede salvarlo de la destrucción, sólo entonces puede sobrevivir. Mientras la humanidad de un planeta no considera al amor como el fundamento de su civilización, está en peligro de aniquilamiento, porque hay confusión y rivalidad.


Las personas miran hacia fuera de ellas mismas, pero jamás echan un vistazo a su interior. Siempre son “los demás” los culpables o causantes de lo que les ocurre. Ignoran el ser interno. A ese jamás le prestan atención; sin embargo es él quien va tejiendo sus destinos.

CUENTO- El descubrimiento

Érase una vez un niño que plantaba pensamientos cuadrados. Le encantaba ver su plantación  y le encantaba la niña que era su vecina.
Érase otra vez, en la misma historia, una niña que dibujaba poesías. Le encantaba el desorden de las sorpresas, y le encantaba el niño que era su vecino.
El niño creía que sólo le gustaría a la niña si cuidaba bien su plantación de cuadrados. Por eso hacía un gran esfuerzo para que ningún cuadrado creciera fuera de lugar.
A la niña le gustaba tanto el niño que era su vecino, que no siquiera se fijaba en los cuadrados que él plantaba. Sólo quería dibujarle poesías. Todo el día.
Un día, el niño se cansó de plantar puros cuadrados y plantó un triángulo.
A la niña le encantó aquella novedad en la plantación de cuadrados, y le pidió que le regalara el triángulo. Él ató el triángulo con un listón rojo y se lo dio a la niña. A ella le gustó todo: la sonrisa del niño, la carta que él le escribió, el triángulo, el listón rojo y el moño extravagante que él hizo para que a ella le gustara.
Al día siguiente, él plantó un montón de círculos, triángulos y rectángulos. La niña no tuvo que pedirlos. El recogió muchas flores geométricas para darle a la niña que estaba encantada de la vida con todo ese cariño.
N poco después, el niño quiso plantar la libertad. Plantó un poco de todo. La organizada plantación se volvió una selva maravillosa, sin orden alguno.
El niño no sentía necesidad de darle ningún regalo a la niña que era su vecina. Sólo quería quedarse mirándola. Sólo quería vivir.
Descubrió que no tenía que plantar nada para gustarle a la niña que era su vecina. Sólo tenía que existir, y sentir todo aquel buen sentimiento que sentía por ella. Descubrió que no tenía que descubrir nada más. Que sólo precisaba dejar de precisar. Que podía sentir, amar y ser. Como si todo estuviera pasando por primera vez.
Y aquí acaba esta historia y comienza otra. Sí, a partir de aquí comienza la historia del niño y la niña que respiraban poesía…

Jonas Ribeiro

UBUNTU: Yo soy porque nosotros somos

Un antropólogo propuso un juego a los niños de una tribu africana. Puso una canasta llena de frutas cerca de un árbol y les dijo a los niños que aquel que llegara primero ganaría todas las frutas.
Cuando dio la señal para que corrieran, todos los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos, después se sentaron juntos a disfrutar del premio.
Cuando él les preguntó por qué habían corrido así, si uno solo podía ganar todas las frutas, le respondieron: UBUNTU, ¿cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás están tristes?

UBUNTU, en la cultura Xhosa significa: “Yo soy porque nosotros somos.”

CUENTO- "El desgano" - JUCECA

El desgano

Al desgano conviene matarlo de chiquito, por que si se lo deja crecer se le adueña del rancho, y dispués pa´ sacarlo te quiero ver escopeta.
Pa´ pior es pastoso y se va ganando por los rincones, y cuando uno quiere acordar le va empañando los vidrios de las ventanas y no lo deja ver pa fuera.
A un tal Peripecio Pilín se le apareció el desgano de atrás de un árbol, pa un mediodía calurosos, por que el desgano se da mucho con la calor.
De un saludito se le trepó al anca del caballo y se dejó llevar. Es lo que tiene, le gusta dejarse llevar.
Peripecio no le hizo mucho caso, por que era un desgano chiquito, como quien dice un pichón de desgano.
Cuando llegó a su rancho dentró y atrás el desgano, arrastrando los pieses.
El hombre no le hizo caso, pero cuando quiso acordar, en un descuido, el desgano se le sentó en el banquito de tomar mate. Estuvo a punto de volarlo de un moquete, pero lo pensó un momento y se le fueron las ganas.
Otro de los peligros del desgano es que es mimoso. Se acercó a los pieses del hombre, le lambetió las alpargatas, y se le fue trepando, silencioso, acariciante, medio pegote.
Peripecio lo estuvo por bajar de un manotón, pero se quedó en el amague por que se le fueron las ganas. Cuando quiso acordar, el desgano lo estaba empujando pal catre. No era hora, pero, por no tener cuestiones, se dejó arrastrar. Al otro día estaba incapacitau de levantarse y el desgano le pintó el rancho de gris, se lo forró de corcho pa´ que no escuchara el canto de los pájaros, y le empañó los vidrios de las ventanas pa´ que no viera pa´ fuera.
Pero el desgano también tuvo su momento de descuido. A Peripecio se le aclaró un instante la mollera, y se dió cuenta que tenía que luchar contra el desgano. Apenitas si le quedaba una pizca de voluntá, por que el resto se la había ido devorando el desgano que cada día se ponía más gordo. Otra cosa que tiene el desgano: es de fácil engorde. ¡Es de goloso...!
Diga que el hombre se prendió al pedacito de voluntá que le quedaba, salió pa´ fuera a los tumbos, lo encandiló la luz del día, agarró un hacha y se puso a cortar leña con furia. A cada hachazo pegaba un grito pa´ darse coraje, y con tanto grito el desgano se retorcía, se revolcaba, hasta quedar hecho una porquería, y salía haciendo muecas de dolor y de rabia.
Después Peripecio les fue a avisar a los vecinos, pa´ que se cuidaran de un desgano que andaba rondando por el pago, pa´ que no se les fuera a meter en los ranchos, y de ser posible, que lo mataran de chiquito. 


Julio César Castro (Juceca)

La canción de tu alma

Cuando una mujer de cierta tribu de África sabe que está embarazada, se interna en la selva con otras mujeres y juntas rezan y meditan hasta que aparece la canción del niño.
Ellas saben que cada alma tiene su propia vibración que expresa su particularidad, unicidad y propósito. Las mujeres entonan la canción y la cantan en voz alta. Luego retornan a la tribu y se la enseñan a todos los demás.
Cuando nace el niño, la comunidad se junta y le cantan su canción.
Luego, cuando el niño comienza su educación, el pueblo se junta y le canta su canción.
Cuando se inicia como adulto, nuevamente se juntan todos y cantan.
Cuando llega el momento de su casamiento, la persona escucha su canción en voz de su pueblo.
Finalmente, cuando el alma va a irse de este mundo, la familia y amigos se acercan a su cama y del mismo modo que hicieron en su nacimiento, le cantan su canción para acompañarle en el viaje.
En esta tribu hay una ocasión más en la que los pobladores cantan la canción.
Si en algún momento durante su vida la persona comete un crimen o un acto social aberrante, se le lleva al centro del poblado y la gente de la comunidad forma un círculo a su alrededor. Entonces le cantan su canción.
La tribu sabe que la corrección para las conductas antisociales no es el castigo, sino el amor y el recuerdo de su verdadera identidad. Cuando reconocemos nuestra propia canción ya no tenemos deseos ni necesidad de hacer nada que pudiera dañar a otros.
Tus amigos conocen tu canción, y te la cantan cuando la olvidaste. Aquellos que te aman no pueden ser engañados por los errores que cometes o las oscuras imágenes que a veces muestras a los demás. Ellos recuerdan tu belleza cuando te sientes feo, tu totalidad cuando estás quebrado, tu inocencia cuando te sientes culpable, tu propósito cuando estás confundido.


Tolba Phanem (poeta africana)

CUENTO de piojos "Socorro, me pica!"

¡Socorro, me pica!

Carola tiene que resolver un problema, pero se equivoca porque le pica mucho detrás de las orejas y se rasca tanto que no puede prestar atención.
Se afloja un poco las colitas amarillos, porque, a veces, de tan tirantes que su mamá se las hace, le quedan como doliendo, pero no resulta… ¡La picazón continúa!

¿Qué te parece que le ocurre a Carola?

Se rasca, se rasca y se rasca, pero no pasa nada; finalmente, las orejas se le ponen rojas como dos frutillitas.
Por suerte es la hora de salir de la escuela y su mamá la está esperando afuera.
-Mami, me picó mucho la cabeza hoy –le dijo después de darle un beso.
-No te preocupes, Carola, yo tengo la solución.
Llegaron a la casa y, antes de tomar la leche, Carola se dio un baño de agua caliente, y su mamá le lavó el pelo con un shampoo especial.
Una vez que salió de la ducha ya se sentía más aliviada, pero su mamá igual le pasó el peine fino.

Al día siguiente, pudo resolver el problema sin ningún error; ya tenía la cabeza de vuelta para pensar y no sólo para rascársela, como muchas veces su maestra les decía en broma.

POEMA - La Muralla

Para hacer esta muralla,

tráiganme todas las manos
los negros, sus manos negras
los blancos, sus blancas manos.

Una muralla que vaya
desde la playa hasta el monte
desde el monte hasta la playa,
allá sobre el horizonte.

—¡Tun, tun!
—¿Quién es?
—Una rosa y un clavel...
—¡Abre la muralla!
—¡Tun, tun!
—¿Quién es?
—El sable del coronel...
—¡Cierra la muralla!
—¡Tun, tun!
—¿Quién es?
—La paloma y el laurel...
—¡Abre la muralla!
—¡Tun, tun!
—¿Quién es?
—El gusano y el ciempiés...
—¡Cierra la muralla!

Al corazón del amigo:
abre la muralla;
al veneno y al puñal:
cierra la muralla;
al mirto y la yerbabuena:
abre la muralla;
al diente de la serpiente:
cierra la muralla;
al corazón del amigo:
abre la muralla;
al ruiseñor en la flor…

Alcemos esta muralla
juntando todas las manos;
los negros, sus manos negras
los blancos, sus blancas manos.

Una muralla que vaya
desde la playa hasta el monte
desde el monte hasta la playa,
allá sobre el horizonte.

Nicolás Guillén (cubano)


La Leyenda del Picaflor

Esto paso hace mucho. Cuando el mundo era tan nuevo que las personas aun no lo habitaban. Sí, en cambio, los ríos y los arroyos. Las montañas y las piedras. Las flores y los animales. ¿Todas las flores? Sí, todas. ¿Todos los animales? No, todos no. Habían peces y sapos. Iguanas y abejas. También habían pájaros, muchos pájaros. Pero no como los conocemos ahora. Porque aunque ya tenían alas para volar y voces con que trinar, todavía eran de un mismo y único color: marrones como la tierra.
-Nuestras plumas no son coloridas – se quejaban-. ¿Por qué no podemos parecernos a las flores? Así decían los pájaros, hasta que una mañana decidieron hacer un viaje al cielo y pedirle a Inti -el sol- que les pintara las plumas con los mismos colores que había usado para las flores.
Reunidos en bandadas, igual que abanicos abiertos, los pájaros iniciaron su viaje bien temprano para volver antes del anochecer. No todos formaron parte de la expedición. Los horneros se quedaron en la tierra para seguir trabajando. Las calandrias, para cantar. ¿Y unos que se llamaban Tumiñicos?. Los Tumiñicos se quedaron en la tierra porque eran tan chiquititos que jamás hubieran llegado hasta el sol. Se quedaron volando bajito. Inquietos y livianos como la brisa. Andando nerviosos de una flor a otra flor.
Pero el día pasó y los viajeros no volvieron. Llegó la noche y tampoco. ¿Qué había pasado en el cielo, tan cerca del reino del Sol?
- ¡Pobres criaturas!- dijo Inti cuando vio a los pájaros que volaban hasta él-. ¡No deben llegar hasta mí! ¡Mis rayos los van a quemar! Entonces reunió a las nubes. Les ordenó que lo escondiesen y les pidió que hicieran caer una lluvia copiosa justo ahí, donde los pájaros que habían ido a buscarlo no paraban de volar. A penas los viajeros aterrizaron en un claro para guarecerse, Inti hizo que las nubes se abrieran de golpe y sus rayos dibujaran en el cielo el más maravilloso arco iris que jamás se hubiera visto.
Atraídos por la intensidad de esos colores, los pájaros volaron hacia el arco y en él se posaron para teñir sus plumajes. Unos metieron el copete en la franja roja. Otros se bañaron en el amarillo. Cada cual eligió los colores que quiso para sus plumas y por fin, hermosos y brillantes, emprendieron el regreso.
Llegaron una mañana y los silbidos y gorjeos de alegría volvieron a llenar el bosque. Entre tanto barullo y colorido -pájaros que llegaban, pichones que los recibían-, nadie se dio cuenta de que los Tumiñicos no estaban. ¿A dónde se habrían metido? ¿Por qué no se sumaban a la fiesta? Eso piaban las multitudes cuando, de pronto, en un rapidísimo e incesante aleteo apareció uno de ellos. Al verlo, de todos los picos brotó la misma exclamación: - ¡Qué plumas floridas! ¡Qué festival de colores! ¿A dónde fuiste a buscarlos?
El pajarito oyó la pregunta y no supo que contestar. Unas flores vinieron en su ayuda: -Ustedes querían los colores –dijeron las flores a los pájaros- y viajaron hasta el arcoiris. Pues nosotras queríamos volar –explicaron– y elegimos a los Tumiñicos. Les pusimos nuestros colores a sus plumas y desde entonces volamos en ellas.
El pajarito, que hasta ese momento no sabía de sus cambios fue a mirarse en agua de un arroyo y se encantó. Y así, suspendido en el aire con gracia invento su nuevo nombre: PICA PICA, PICAFLOR.


Silvia Schujer

CUENTO- El ceibo y el churrinche

Alicia y José corrían desde hacía rato por la plaza. Al fin, cansados y transpirados, se sentaron en un banco. Frente a ellos, un árbol dejaba caer sus hermosas flores rojas.

En ese momento una muchacha apareció por el sendero y se sentó junto a ellos.
- ¿Saben como se llama ese árbol? – preguntó.
Alicia y José se miraron y rieron. – Claro, se llama ceibo.
- ¿Y saben su historia? – insistió ella.
Los niños se quedaron serios. Para nada sabían que ese árbol tenía una historia.

- Antes de ser árbol – dijo la muchacha – fue un charrúa muy valiente. Se llamaba Zuanadí y estaba enamorado de una hermosa princesa que se llamaba Churrinche.
- ¿Y qué pasó? – preguntaron los niños.
- Bueno, Zuanadí se enfrentó a los conquistadores. Peleó con valentía pero cayó gravemente herido. Entonces llamó a su amada y ella trató de curarlo, pero fue en vano: Zuanadí murió.

Una ráfaga de viento agitó las ramas del árbol.
- Desde ese día – prosiguió la muchacha – el valiente charrúa vive en cada flor del ceibo, roja como su sangre. Las espinas de su tronco lo siguen defendiendo de los conquistadores. ¡Y su amada Churrinche viene siempre a visitarlo!

En ese momento un pajarito rojo revoloteó sobre sus cabezas y fue a posarse entre las flores del ceibo.
- ¡Allí está! ¡Es un churrinche! – gritaron los niños.
- ¿Han visto? – dijo la muchacha -. La princesa revive en cada pajarito y siempre, de noviembre a febrero, los dos están juntos como entonces, libres y rebeldes.